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El mundo gira con vigor. Todo lo que contiene está en constante movimiento; lo que se frena corre el riesgo de ser atropellado por alguna fuerza incesante. Y, sin embargo, están los que, de todas formas, se detienen a observar. Lo que transcurre no es más que la suma de instantes. El tiempo se puede fraccionar.

Y Manuel lo sabe.

Walter Benjamin habla de mundos de imágenes que habitan en lo minúsculo, en los cuales el espectador

se siente forzado a buscar una ̈chispita ̈ de azar. Manuel, como fotógrafo, es también un espectador.

Su búsqueda continúa por la mirilla de su cámara, ansiando encontrar lo irrepetible, hallar la singularidad detrás de lo fugaz. Su fotografía mueve sus viajes: es la aventura en sí.

Desde los 16 años, cuando le fue obsequiada su primera cámara, Manuel comenzó a documentar sus viajes.

El primero que realizó, cámara en mano, fue a la isla de Ibiza, en 1971. A partir de ese momento, la pasión por capturar imágenes y recorrer el mundo lo acompaña. Cruzó el Atlántico en velero, recorrió las islas del Caribe.

A su llegada a Venezuela, viaja al Amazonas en varias expediciones. En estas, convive de cerca con distintas tribus indígenas, tanto del Amazonas venezolano como el de Brasil. Esta experiencia marca significativamente a Manuel. Lo que allí documentó no solo es parte fundamental de su trabajo, también es fundacional.

La Gran Sabana, donde se ubica la caída de agua más grande del mundo, El Salto Ángel, fue también objeto de sus travesías. Era imprescindible documentar la belleza de la naturaleza, las inmensas montañas de cimas planas y paredes verticales, los paisajes mágicos desde lo más alto; pero, en todos estos viajes, Manuel presta su atención también a los habitantes de cada territorio. El retrato cala en él desde el comienzo. Durante esos años, recorre en autobús Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Brasil.

De vuelta a Caracas, la fotografía de Manuel cambia su rumbo. Se incursiona en la fotografía de producto. Comienza a dedicarse a la publicidad, lo que deriva en la fundación de su propia compañía publicitaria en 1987. Esto, de ninguna manera, representa el fin de la pulsión aventurera en él. Laos, Birmania, Camboya, Vietnam, Tailandia: todo destino a su alcance, en busca de lo impredecible. La ilusión de la foto no tomada, insaciable, late dentro de él.

En su último viaje, recorre la Ruta de la Seda, desde el norte de Vietnam, China, Kazajistán, Kirguistán, Estambul. Por lo general, se mueve en autobús. Y, aunque parezca que no para, se detiene a observar, se hospeda en albergues de pueblos remotos, prueba las comidas típicas de cada zona. Se trata de una inmersión, para impregnarse de otras culturas y contactar con sus portadores. Manuel, un mochilero occidental de 63 años,

invade con amabilidad la realidad del otro para así representarla e inmortalizarla desde su propia mirada.

Para él, el retrato es lo más buscado: un lenguaje íntimo, personal, que lo conecta con otro, aunque no se puedan comunicar verbalmente. La fotografía rompe esa barrera, y encuentra en el instante de la captura mostrar la mirada, lo espontáneo, un pedacito de la totalidad de la persona retratada. Es una complicidad silente, que queda plasmada y se convierte en relato. Un relato en blanco y negro, intensificando la emoción de un rostro desconocido.

Manuel comparte sus composiciones a través de Instagram. En esta red social, valora el trabajo de otros fotógrafos, de los que aprende -y a los que se suma-. Esta exposición es una muestra de su recorrido, resultado de sus búsquedas. Pero, también es un recordatorio de que la búsqueda continúa: la fotografía, por la ilusión de percibir el inconsciente óptico.

Mariana Bercowsky

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